“Una vez, después de terminar, él se quedó dormido. Yo me quedé mirando el techo… y me sentí sola, aunque él seguía allí”.
Esta frase la he escuchado más de una vez. En distintas voces, en distintos cuerpos. Algunas llegan a consulta con tristeza. Otras con rabia. Y muchas, con vergüenza. No por no haber tenido un orgasmo, sino por haber creído que no podían pedirlo.
La brecha orgásmica no es una metáfora poética. Es una desigualdad concreta, cotidiana y sistemática. Es la distancia entre quién termina un encuentro sexual con un clímax… y quién no. Y, usualmente, quienes no lo alcanzan son mujeres cis, personas con vulva o identidades feminizadas, especialmente en relaciones heterosexuales. Estudios como el de Frederick y colegas (2017) lo documentan con contundencia: los hombres heterosexuales reportan alcanzar el orgasmo en un 95% de sus encuentros sexuales. Las mujeres heterosexuales, en cambio, apenas un 65%. Pero, ojo, cuando esas mismas mujeres están con otras mujeres, el número sube al 86%. ¿La diferencia? No es anatómica. Es estructural, cultural y profundamente relacional.
¿Qué hay detrás de esta brecha?
La brecha orgásmica ocurre porque aún hoy se nos enseña que el sexo gira en torno al pene y la penetración. El guión sexual dominante —alimentado por la pornografía hegemónica y una educación sexual limitada— sigue poniendo al hombre y personas con pene como protagonista y a la mujer y personas con vulva como espectadora pasiva. Mientras tanto, el clítoris —ese órgano cuya única función es el placer— sigue siendo ignorado, mal nombrado o completamente omitido de las conversaciones sexuales. Cerca del 70% al 80% de las personas con vulva necesitan estimulación clitoriana directa para alcanzar un orgasmo (Shirazi, 2017), pero ¿cuántas saben siquiera dónde está, para qué sirve o si está bien tocarlo?
El problema no es el cuerpo. Es el silencio. Es la vergüenza. Es el miedo a nombrar lo que se desea. He trabajado con mujeres que nunca han tenido un orgasmo y creen que están rotas. Con hombres que sienten que fallan si su pareja no llega. Con parejas que se aman, pero no saben cómo encontrarse en el placer. Porque nadie les enseñó que el sexo también es comunicación, consentimiento, juego y ternura.
El clítoris no es una llave mágica (pero sí importa)
Hablar del clítoris es importante, pero tampoco podemos reducir toda la experiencia sexual a “saber dónde está”. El placer es más amplio: empieza en la mente, se activa con la confianza y se expande con la curiosidad. No es solo técnica, es vínculo. No se trata solo de llegar, sino de sentirse presente, segura, deseada. A veces, en el afán de “cerrar la brecha”, se comete otro error: convertir el orgasmo en una obligación o en una prueba de éxito sexual. Y eso también puede generar ansiedad, frustración o culpa. Lo importante no es que tengas un orgasmo, sino que puedas tenerlo si lo deseas, en condiciones de respeto y libertad. El tabú y la falta de educación sexual siguen siendo grandes culpables. Durante siglos se nos enseñó que una mujer “decente” no debía hablar de placer, ni mucho menos buscarlo. A muchas nunca se les dio permiso para explorar su cuerpo. Y si nunca te sentiste libre para mirarte, tocarte o hablar de lo que te gusta, ¿cómo vas a saber pedirlo? Y sí, el sistema educativo nos ha fallado, pero también lo han hecho las representaciones culturales que moldean una sexualidad basada en el deber, la reproducción o el servicio al otro. En ese guion, el placer propio queda en un segundo plano.
¿Cómo cerramos la brecha?
Cerrar la brecha orgásmica no es solo una meta sexual. Es un acto de justicia erótica. Requiere educación sexual integral, con enfoque de derechos y de género, desde edades tempranas. Necesitamos que en las escuelas, en los hogares y en los medios se hable de clítoris, de orgasmo, de consentimiento, de placer… sin miedo ni morbo. También hay que cambiar la práctica cotidiana: salirse del modelo coitocéntrico. Dedicar tiempo a juegos previos, a la comunicación erótica, al uso de manos, lengua, juguetes, miradas, risas. Entender que el sexo no empieza ni termina con la penetración. Que puede ser tierno, divertido, lento, emocional, intenso o suave… y que todo eso es válido si hay deseo mutuo. Y sobre todo, necesitamos crear espacios donde todas las personas —independientemente de su identidad, orientación o experiencia— puedan hablar del placer sin vergüenza.
Lo que falta por nombrar
Desde mi experiencia como sexópedagoga feminista, quiero decir algo con claridad: el placer importa. Pero no como nos lo venden los medios mainstream. No es una competencia ni una obligación. No todas las personas pueden o desean llegar al orgasmo cada vez, y eso también es válido. Hay disfunciones, enfermedades, efectos secundarios de medicamentos o vivencias de trauma que afectan la respuesta sexual. No se trata de presionar, sino de acompañar. El orgasmo no es el único destino posible, pero sí debería ser una opción disponible para todes. Lo que queremos es justicia erótica: que nadie tenga que mirar al techo después del sexo sintiéndose sola, desconectada o invisible.
Porque el orgasmo —cuando se desea, se permite y se comparte— no es un lujo. Es un derecho.