No soy víctima, soy trans

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Foto de archivo a Ana Maria Abruña Reyes

(Aviso de detonantes: Violencias a personas trans)

Dentro de la última década, ha habido en los medios un evidente incremento de visibilización de nuestras identidades trans y no-binarias. Hoy en día, podemos afirmar que, cuando se trata de asuntos LGBTTIQAP+, muches hemos escuchado en diferentes espacios sobre lo que son las identidades de hombres trans, mujeres trans y personas no-binarias. Ahora, más que nunca, nos encontramos en tiempos de grandes oportunidades, en las que se han abierto puertas a impulsar nuestros derechos y explorar campos como la televisión, la radio, el cine y otros medios audiovisuales. Incluso, si hiciéramos ahora mismo el ejercicio de pensar en alguna persona que sea referente a la lucha trans o no-binarie, de seguro nos llegaría por lo mínimo una persona.

Con todo y lo mencionado anteriormente, el movimiento para contrarrestar la transfobia se ha encontrado con piedras en el camino, las que, en muchas ocasiones, han sido colocadas no tan sólo por medios periodísticos, políticos o medios audiovisuales, sino que también por activistas y aliades con buenas intenciones. Estas piedras, a través del tiempo, se han vuelto montañas que dificultan el progreso de las personas trans en el presente, pues las ideas contenidas en ellas se han vuelto incompatibles con la mentalidad actual. 

La victimización como parte intrínseca de ser trans

Una gran parte de los avances en visibilidad y derecho para las personas trans se ha dado a través de la victimización de nuestras identidades. 

Desde los tiempos en que primero se comenzaron las luchas de personas trans en Puerto Rico, hasta en nuestro presente, nos hemos encontrado con un largo historial de testimonios que únicamente fueron visibilizados desde el punto de vista de las personas trans como víctimas de crímenes de odio y de la transfobia cultural. 

Incluso en el momento actual, donde se están haciendo críticas al sistema como creador de leyes, condiciones sociales y cultura transfóbica, se le ha relegado a las personas trans del rol de víctimas inútiles, incapaces de poder luchar por sí mismas. ¿Cuántas veces no hemos visto que los periódicos se dignan en hablar de asuntos que competen a personas trans sólo cuando estamos siendo asesinades? 

Si hacemos un esfuerzo en adentrarnos a nuestra memoria colectiva sobre los últimos 10 años, podríamos ver que los momentos de mayor empatía puertorriqueña hacia las personas trans, han sido en instantes en que hemos sido víctimas de crímenes grotescos. Se ha convertido a nuestras hermanas trans en mártires de la historia puertorriqueña. 

Las personas que se vuelven mártires en la historias automáticamente se les asume el rol de víctima y a cualquier persona que se le asocie a las identidades de estas víctimas, también se les verá como tal. El ser víctima te pone en una posición de inutilidad e incapacidad de poder defenderte. Si eres de las pocas personas afortunadas que logran sobrevivir un crimen de odio, se te relega la responsabilidad de repetir tu testimonio, así revictimizándote cada vez que cuentas tu historia. 

Por tanto, no es raro escuchar a gran escala, luego de los eventos de Neulisa Luciano Cruz, también conocida como Alexa, que el pueblo puertorriqueño sienta pena por las personas trans. Cada vez que se forma una discusión alrededor de las vidas trans ante los espacios normativos, se da desde el “ay, bendito”. Se nos ha relegado a las personas trans a la dimensión de víctimas, como si fuera una parte esencial e incambiable de nuestra experiencia colectiva. 

La estrategia de mostrarse como víctima fue un pilar del activismo trans. La lógica era evidente: se buscaba que quienes estuvieran escuchando la historia de la víctima sintieran empatía y tomaran su lado en el conflicto. Demás está decir que esta estrategia ha sido sumamente efectiva para garantizarnos ciertos derechos. Sin embargo, tuvo el inevitable precio a pagar de que nuestras cuerpas sean vistas como frágiles y hasta infantiles. Aquello que no se puede valer por sí mismo necesita tutela, lo cual nos lleva a la interrogante: si las personas trans necesitan ser salvadas, ¿quiénes son los héroes de su historia?

El trabajo social, la psicología, la psiquiatría y las ciencias médicas como protectores de las personas trans

Parte de quienes han aportado a sellar la victimización como componente intrínseco de las identidades trans, han sido los académicos y científicos. A través de estadísticas e investigaciones cualitativas cargadas de nuestras experiencias como personas trans, los académicos investigadores se volvieron protagonistas cargados de heroísmo en nuestra lucha.

Peor aún, el superpoder que se les ha otorgado socialmente es el de tener la autoridad para determinar si el mundo debe aceptar a las personas trans o patologizar nuestras identidades.

Esto es sumamente irónico, pues, aun sabiendo que materias como la psicología y la psiquiatría en algún punto de la historia aportaron a la patologización y criminalización de nuestras identidades, estas siguen teniendo la última palabra cuando se trata de validar nuestras experiencias y reclamos. 

De cierta manera, se les ve como “los héroes valientes que se atrevieron a ayudar a los transexuales desamparados cuando nadie más quería hacerlo”. No podemos pretender como si las historias trans no han sido usadas por muchos de estos académicos como impulso socioeconómico en sus carreras. Sería muy ingenuo de nosotres pensar que los actos de la mayoría de estas personas cisgénero heterosexuales académicas fueron desinteresados ante el prestigio que trae el publicar un trabajo investigativo a su nombre.

Pero, ¿y qué pasó con les aliades y académiques que nos han ayudado a través del camino? Aunque es necesario reconocer que contamos con muches aliades que trabajan en los campos de psicología, psiquiatría, trabajo social y otras materias científicas y sociales, no podemos dejar de señalar cuánto daño se ha hecho al ponerles en el frente de la lucha como legitimadores de nuestras identidades. Hayan querido o no, muchas de sus acciones aportaron a nuestra revictimización. 

Hasta aquelles aliades y académiques que han trabajado e, incluso, creado organizaciones que favorecen a la lucha trans han aportado a la narrativa victimizada. ¿Cuántas veces se han visto obligades a llenar solicitudes de fondos y becas, cuya obtención sólo se logra plasmando narrativas escritas donde prevén a “las pobres víctimas perpetuas transexuales empobrecidas” como su comunidad a impactar? Une pensaría que todas estas organizaciones buscan empoderar a las comunidades que impactan, pero la existencia de algunas de ellas como organismo depende, en gran parte, de la miseria perpetua de una comunidad oprimida (porque, vamos, ¿quién quiere perder su trabajo?). 

El derecho y los abogados como héroes de las pobres víctimas

Todos los agentes sociales previamente mencionados han trabajado en conjunto con quienes ejercen el derecho. El protagonismo que han adquirido muchas personas en la profesión de la abogacía en cuanto a derechos LGBTTIQAP+ es uno que también ha provocado daños a la imagen colectiva de las personas trans. 

¿Cuántas veces no hemos escuchado reclamos dirigidos a “darle más derechos a las personas trans”? Hasta yo como activista lo he declarado en discursos públicos en el pasado, pues hay una fiel creencia en que el Estado tiene la responsabilidad de otorgarnos visibilidad como ente que construye realidades. Y, aunque no estoy en contra de la adquisición de más derechos, como estudiante de Derecho puedo afirmar que se le ha dado un rol casi heroico a les abogades cuando se trata de ayudar a las personas trans desde el derecho. 

La lógica detrás de este heroísmo entre cómplices académiques y abogades suena algo como “si, en efecto, las personas trans son víctimas de crímenes de odio y ya los académicos confirmaron a través de sus estudios que ser trans es un estado de constante martirio, entonces hay que recurrir a les abogades para crear leyes, porque la ley es lo que manda y logra cambios sociales necesarios para la aceptación y la adquisición de derechos”. 

Por más romántica que suene esta idea, desafortunadamente sigue reproduciendo el pensar de que las personas trans son víctimas indefensas, incapaces de emitir comentarios en el proceso. Aquí, vemos que no tan sólo se ha omitido nuestras voces ante los medios y en los estudios académicos, sino que también se ha omitido en las opiniones de tribunales y en las leyes. Les abogades también han sido cómplices conscientes de estos silenciamientos, pues muchas veces para obtener derechos se nos ha instruido a no cuestionar mucho las lógicas del sistema jurídico. ¡Que ni se nos ocurra cuestionar la terminología anticuada y desacertada de los tribunales alrededor de lo que significa la experiencia trans! Atreverse a hacer dichos cuestionamientos solo traería una explicación legalista, vaga y llena de hegemonía (supuestos ya asumidos como obvios) de le abogade. 

El activismo trans y su autovictimización aprendida

Para colmo, estos entendidos sociales también han contaminado las mentes de muchas personas trans. Hay mujeres trans, hombres trans y personas no-binarias se piensan a sí mismes como víctimas perpetuas (a lo que también le llaman victim mentality o mentalidad victimista, en español), incapaces de poder moverse hacia adelante con su vida. Esto se entiende. Podemos afirmar que como comunidad vivimos a diario una gran cantidad de violencias, siendo algo que cada vez más nos empuja hacia la precariedad. Viviendo en constante supervivencia, muches aprendimos que, en este sistema rogar y autovictimizarse, nos consigue recursos básicos para la supervivencia. 

No obstante, pensarnos como seres humanos incapaces de empoderarnos en nuestras propias identidades y espacios contribuye al deterioro de nuestra salud mental individual y como colectivo. Esto se intensifica cuando vemos cómo constantemente nos topamos con la competencia comunitaria de quién ha sufrido más, en donde si no has sufrido lo suficiente o siquiera te asumes como víctima, se te cuestiona la validez de tu identidad trans y no-binaria. A veces, no hay espacio para discutir el tema de las vicisitudes que se ha vivido sin que primero se determine quién la ha tenido más difícil. Aunque no es una práctica que todas las personas trans y no-binarias ejecutan, en muchos espacios se han utilizado grandes pedazos de tiempo organizativo únicamente debatiendo sobre si debemos visibilizar a quienes más han sufrido y omitir al resto.

Además, hay quienes incluso han llegado a pensar que ser trans te exime de asumir responsabilidad ante las violencias que puedas ejercer sobre les demás, porque asumirse víctima es verse como alguien incapaz de hacer daño dentro del binario víctima-victimario. Esta fatal interpretación de la opresión crea un ciclo de violencia, en el que la víctima trans, ya antes silenciada, procede a silenciar a las “menos-víctima” trans para favorecer su narrativa. 

Se debe a que para validar su victimización perpetua necesita siempre serlo en toda circunstancia, aunque nadie a su alrededor esté causándole algún daño. A pesar de que estos comportamientos de autovictimización no están exclusivamente vinculados a las personas trans, se han seguido integrando a muchas de nuestras conversaciones.

Considero que esto no debería nunca ser parte de nuestra lucha, pues solo aporta a personalismos, tensiones y malentendidos entre nosotres. No podemos aspirar socialmente a que las personas trans vivamos en bienestar sin también cambiar la manera en que nos tratamos entre sí. El poder aceptar que somos todes capaces de hacer daño también nos ayuda a perdonarnos a nosotres mismes y les demás y a crecer como comunidad. ¿Acaso no nos pasamos vociferando nuestro deseo de que las personas trans vivan en bienestar y logren desenvolverse en sus vidas y en la sociedad de manera plena?

De empoderades a lo que sea que queramos ser

Vivimos en una sociedad donde les héroes y herudites de las vivencias trans son periodistas, psicólogos y abogados cisgénero y no las personas que viven la transfobia. En contraste, también vivimos en una sociedad donde les oprimides hemos asumido la opresión como identidad en algún punto de nuestras vidas (sí, me incluyo). Ese cuento de héroes y damiselas (o personas feminizadas) en peligro ya debe caducar. 

Cuando levantamos el manto, vemos que les verdaderes héroes siempre hemos sido las personas trans y no-binarias, para y con nosotres mismes. Como ya he afirmado en otras ocasiones, nosotres traemos una perspectiva diferente al mundo, al salirnos del sistema binario cishetero que se nos ha impuesto. Nuestros cuestionamientos a las materias académicas, así como al derecho, desestabilizan el sistema y, por ende, debería ser parte de lo que esté en el frente de lucha. Vivimos en un sistema que no fue creado por ni para nosotres y que está buscando constantemente hacer malabares para no reconocer nuestras voces. Peor aún, se nos ha robado nuestro conocimiento comunitario y se ha utilizado para exaltar personas que nunca vivieron en carne propia el peligro de existir en la disidencia. Ante tanta violencia, la victimización perpetua ya no da abasto. Necesitamos levantarnos y tomar espacio. 

Y, sí, tal vez todos los días, la gente utiliza nuestros pronombres incorrectamente, nos miran raro y nos discriminan por nuestras diversas interseccionalidades, pero nuestras vida son mucho más que eso. Nuestras vidas componen múltiples dimensiones que van más allá de la violencia sistémica que vivimos. Las personas trans también escribimos columnas, sacamos discos musicales, competimos en Miss Universe, pintamos murales, declamamos poemas, cuidamos niñes, danzamos con les artistas más famoses, hacemos eventos culturales y mucho más. Para esto, se requiere mucha valentía y ¿quién es más valiente que una persona que se atreve a mostrarse tal y como es ante el mundo a pesar de que la sociedad le amenaza en desaparecer todos los días? 

No me malinterpreten, cuando digo que no soy víctima, no me refiero a que de ahora en adelante fingiré como si no viviera violencias. No, a lo que me refiero es que me rehúso a que dicho estado material se vuelva una de mis identidades definitorias. Tal y como muchas otras personas trans y no-binarias que vinieron antes que yo, he determinado que no quiero vivir como víctima perpetua, sino como guerrera dentro de un sistema que me quiere hacer desaparecer. No soy víctima, soy trans. No soy in-útil, soy no binarie.

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