Desde la [des]esperanza

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1 de mayo de 2021. Decido escribir desde el dolor de haber perdido a Keishla Marlen Rodríguez Ortiz y a Andrea Ruiz Costas. Escribo desde la decepción, la angustia, la preocupación, la inseguridad, la frustración y la desesperanza ante nuestro presente y futuro. Escribo desde la indignación que genera observar cómo socialmente continuamos justificando la violencia, culpabilizando a la víctima y solidarizándonos con el victimario, incluso amparándonos bajo la Palabra de Dios.

Lejos de emular a Jesucristo, quien revolucionó desde el amor, el servicio, la compasión y la comprensión en tiempos de odio, continúan viviendo como en el Antiguo Testamento bajo la Ley del Talión. Nadie se busca que le peguen un tiro, que le golpeen, que le estrangulen, que le quemen, que le arrojen al río, que le asesinen, ¡Dejemos de normalizar la violencia!

Les invito a que se detengan y reflexionen sobre esa frase de Gandhi: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”, les aseguro que se identificarán como merecedores de perdón, no de muerte.  

Escribo porque, hoy más que nunca, la inmensa mayoría de las mujeres en Puerto Rico nos sentimos expuestas y la única herramienta de cambio a largo plazo es la educación, y con educación no me refiero a “prevenir a las mujeres sobre la vida o las relaciones que eligen tener” (que es lo que comúnmente se escucha seguido de este tipo de violencia). Hablo de la educación con perspectiva de género que, precisamente, deconstruye la concepción errada de que somos exclusivamente nosotras las responsables de lo que en ocasiones es nuestro fatídico destino.

Basadas en esta regla, debemos ir por la vida negándonos a amar ante la posibilidad de que ese en quien hemos depositado nuestra confianza más tarde resulte nuestro agresor; es preferible que nos neguemos a amar, porque si amamos y resultamos heridas somos nosotras las culpables por no haber sido adivinas.

Ese: “¿Cuándo las mujeres aprenderán?”, a modo de reproche, como si fuésemos nosotras quienes debemos enmendar nuestra conducta ya sea para hacer una mejor selección de nuestra pareja o para acogernos totalmente a la voluntad de esta como verdad absoluta; dejando de lado nuestros deseos, nuestras metas y nuestros intereses, convirtiéndonos en eso que esperan de nosotras, siendo esclavas de otres, porque de lo contrario el castigo es la muerte. ¿Por qué soy yo la que, como mujer, debo preocuparme por el hombre con el que decido compartir mi vida? ¿Por qué no son los hombres los que deben deconstruir ese machismo interiorizado que nos daña a nosotras, a todo el que les rodea y a ellos mismos como hombres?

Recientemente comenté en un taller que he presenciado cómo dos hombres de ser muy admirados han descendido del pedestal en el que se encontraban y hoy día sufren los estragos de sus acciones y de la soledad, uno por violencia doméstica y otro por acoso sexual. 

La perspectiva de género enseñará a las y los niños a respetar a todas, a todos y a todes por igual, independientemente de su sexo y género. Les cuento que el sexo se refiere a lo biológico (mujer u hombre) y el género a la catalogación de lo biológico como “femenino” o “masculino”. ¿Quién asignó el nombre biológico a nuestras propiedades sexuales? La sociedad lo estableció como normativa, eres hombre o mujer, y dejaron totalmente excluidas a las personas intersexuales, que nacen con propiedades fisiológicas de ambos sexos.

¿Quién construyó el género? La sociedad y lo estableció como normativa a base de “roles” y “atribuciones cualitativas” a cada sexo. El masculino para regir el mundo, para la esfera pública y política, para proveer, para proteger, para educarse, para ser fuerte, para dominar y someter. La femenina para ser recatada, para ser obediente, para ser frágil y delicada, para ser ama de casa, para servir a los hombres, para dejar de lado su propia voluntad y priorizar la de su esposo, para no educarse y conformarse con el lugar inferior que la sociedad le ha asignado, para ser objeto de placer, para ser vulnerada y sometida, para ser esclava de los deseos del otro.

Sufrimos las mujeres, oprimidas por normas sociales que regulan lo que podemos o no hacer con nuestro cuerpo, que legitiman la agresión sexual, la violencia doméstica, el asesinato y la condición inferior que ocupamos en la sociedad. Sufren los hombres, que tienen que aparentar ser fuertes en momentos en los que su mundo se ha derrumbado “porque los machos no lloran” y sienten que deben seguir proveyendo aún estando en bancarrota, cuando tienen el anhelo de cumplir un sueño, una profesión o tarea que ha sido distribuida conforme a la asignación de esos roles de género e irse a cumplirla implica que se les tilde de “afeminados”.

¿Cuál es el problema con ser afeminado? NINGUNO, pero la sociedad que ha otorgado a la mujer esa posición inferior insiste en que es malo, como se mencionó en un curso sobre Sociología del género y sexualidad con la Dra. Marlene Duprey, según elles implica que “un masculino se está rebajando a actuar como una femenina” y eso es inaceptable. Precisamente, por esto es tan importante la educación con perspectiva de género, para derrumbar todos estos estereotipos y percepciones erróneas de lo que debe ser y hacer o no cada género. El propósito es que nos traten a todes como los seres humanos que somos, con el respeto que cada una merece y en igualdad de condiciones. “Eso se enseña en el hogar”, si debería enseñarse en el hogar, pero en la mayoría de los casos no ocurre. La sociedad puertorriqueña, al igual que muchas otras, está minada por el machismo y la objetivación de las mujeres: “¿Y ese p* pa’ quién es? ¡Pa’ las nenas! ¿Pa’ cuántas? ¡Cuántas más mejor!”. Por el contrario, si nosotras las mujeres acogemos una conducta de esa índole, somos p* y nuestra conducta es deplorable, y así mismo ocurre en muchas otras instancias en que en los hombres todo es permisible y en las mujeres reprobable. La educación con perspectiva de género viene a deconstruir todas esas falsas concepciones.