De cómo la experiencia y la teoría me hicieron feminista

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“La solidaridad no asume que nuestras luchas son las mismas luchas, o que nuestro dolor es el mismo dolor, o que nuestra esperanza es para el mismo futuro. La solidaridad implica compromiso y trabajo, así como el reconocimiento de que incluso si no tenemos los mismos sentimientos, las mismas vidas o los mismos cuerpos, vivimos en un terreno común”.

― Sara Ahmed

Una historia siempre comienza antes de que pueda ser contada, nos dice la autora feminista Sara Ahmed. Esta se trata de mi devenir feminista, como hombre cisgénero, heterosexual y puertorriqueño de 25 años. Hacer texto y palabra el intento de trazar un hilo conductor en el tiempo sobre el feminismo que practico hoy en día.

Sostengo que me ocurrieron dos devenires: en la experiencia y en la teoría. Estos, luego, abrieron paso a la constante transformación de la praxis más personal, aquella de mi identidad y el cuerpo que habito hoy en día.

Primer devenir

El primer devenir proviene de mi experiencia, desde la memoria (aunque un poco fragmentada). Los puntos más lejanos que puedo localizar acerca de mi encuentro con el término feminismo fueron en la escuela superior y en el divorcio de mis padres.

En duodécimo grado, cuando la maestra de español nos relataba la biografía de Nemesio Canales y cómo este apoyaba las luchas democráticas de las mujeres puertorriqueñas, y de ahí, utilizó el término feminismo. Otra memoria es el divorcio de mis padres, en tiempos de terapias individuales hacia cada miembro de la familia. Mi padre, llegando a la casa en tiempos tumultuosos y quejándose de que no quiere volver a la terapia. “Esa psicóloga la tiene en contra de los hombres; es una feminista de esas”.

 Mi padre, desde ya hace unos 15 años, vive en el estado de Florida después del divorcio.

“¡El mismo Pita!”, exclaman todos mis familiares y sus amistades al verme.

Es quien me introdujo a las artes, la música, al alcohol, las teorías de conspiración, los condones, las venías, y muchas cosas más. Además de esto, de una manera indirecta y no menos importante, me enseñó sobre el adiós y el prestar atención.

El adiós; son muchos que he tenido que pasar con mi padre por la distancia, incluso una memoria en particular que utilizo como trampolín cuando siento ganas de llorar.

“Sugiero que nos quedemos atentos, por las siglas de los siglos”, canta Gustavo Cerati en una noche calurosa en el medio de verano. Estoy acompañado por mi padre en su carro alquilado en una de sus numerosas de visitas a Puerto Rico en tiempos de vacaciones para ver a sus hijos. “Escucha, escucha”, dice mi padre, después de unas rondas por la urbanización para matar el tiempo. “Hay que estar atentos, ahí lo tienes”. El título de la canción es Alma, del disco Bocanada, título que tengo tatuado actualmente en mi bíceps izquierdo.

Las lecciones de mi madre, a las que puedo tener un acceso bastante fácil, son las de aquellos tiempos de noviazgos prematuros:

“Siempre sé humilde y respetuoso, Gabriel. Tienes nombre de ángel, siempre escucha, ni se te ocurra a abusar, que yo no te crie así”.

A partir del divorcio, mi madre fue la figura que sacrificó todo por sus hijos, que cargaba con dos trabajos y comoquiera llegaba a la casa a cocinar o, por el cansancio, compraba comida de afuera para traernos. Recuerdo ver a mi madre desde esta figura, con admiración hacia sus sacrificios; incluso, en su decisión de ser exclusivamente madre y no emprender en nuevas experiencias en el amor. Ya, gracias a la literatura feminista, no la veo con los mismos ojos de madre-mártir, sino como mujer propia, merecedora de todo aquello que el ideal de madre sacrificadora pretende excluir y trata como inmoral.

Considero que me crie en un hogar privilegiado económicamente, con una familia de clase media en Puerto Rico que pasó por un divorcio durante los años 2000. A pesar de esta aparente banalidad bajo los parámetros de mi hogar, no estoy exento del dolor y el discrimen del mundo en que habitamos.

De ahí surge este tercer factor, desde el common ground o el terreno común que menciona Sarah Ahmed. Es tomar la decisión de comprometernos hacia una justica social partiendo desde la sanación y de las necesidades, y con esto, creer en que sí pueden surgir posibilidades de un mejor mundo. (¿Utopías? Qué cliché, lo sé.)

El segundo devenir

En la teoría, pertenece ya a mi maduración como estudiante universitario. La teoría me ha permitido usar como combustible la curiosidad, y que esta cocine mi imaginación, que, como dice William Blake, es la salvación del ser humano. No tan solo esto, la teoría, particularmente la teoría feminista, permite un espacio de sanación hacia este mundo tan agobiado de dolor y menosprecio. Algo así paralelo al texto de Julio Cortázar, Algunos aspectos del cuento:

“Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento”. (pág. 408).

Aquí, resalto aquello de la necesidad de estar atentos (canta Cerati) ante ambos la algarabía del mundo y la realidad histórica que gira a nuestro alrededor. Quizás, el feminismo llegó ante mí de pura coincidencia, impuesto irresistiblemente ante mis ojos, al margen de mi voluntad, como menciona Cortázar. Procuremos ser cuentistas, para así, en el intento de hacer cuentos, lograr entender con grado de profundidad mayor los fenómenos que ocurren y las dolencias que transitan por ese mundo exterior.

Escritos de autoras como bell hooks, Monique Witting, Audre Lorde y Adrienne Rich me han sido imprescindibles para utilizar como herramientas de análisis, lucha y sanación. Especialmente, autoras puertorriqueñas que buscan descolonizarnos, como Ana Lydia Vega, Rosario Ferré, Mayra Santos Febres, Anayra Santory, Beatriz Figueroa y Ariadna Godreau, para nombrar algunas.

Es, entonces, fundamental asumir una responsabilidad para lograr ver un cambio en la justicia social de este mundo tan lleno de angustia y dolor que habitamos. No hay que ser de un mismo cuerpo, ni un mismo hemisferio para sufrir las mismas dolencias o sumarse a las luchas, estamos aquí y ahora (y después) en tierra común.

¿Qué relación tiene el feminismo con mi existencia? Mucha. La praxis es y será continua; como buen estudiante de la IUPI, crítico; como egresado del Programa de Estudios de Mujer y Género, antipatriarcal y antiopresión. Seguimos en camino, manteniéndonos atentxs.