Con mi silencio NO cuentan

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Foto por Ana María Abruña Reyes 

La jornada para conmemorar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, culminó con una marcha combativa coordinada por diversos grupos que componen la Coalición 8 marzo. Marchamos desde la Oficina de la Procuradora de las Mujeres hasta la Comisión Estatal de Elecciones, porque ambos lugares son muy significativos para nosotras y nuestras luchas por una sociedad justa, equitativa y en paz.

Amo compartir esta jornada con mujeres que admiro profundamente por su compromiso inquebrantable. Mujeres de diversas edades y contextos sociales que nutren nuestro movimiento feminista con su sabiduría y ganas de lucha. Me siento hermanada cuando camino junto a ellas, al saber que somos un colectivo y que, más allá de las palabras, nos tenemos ahí presentes y siempre puestas pa’l problema que el patriarcado nos impone día a día.

Esta jornada me provocó grandes reflexiones. Una escucha muchísimas historias sobre maltrato, violencias, discrimen, del cinismo de los macharranes en todos los espacios sociales (aun diciéndose aliados), pero no es hasta que se viven esas experiencias en carne propia, cuando podemos sentir realmente cómo aprieta ese puño macharrán. Ese puño que golpea fuerte, aunque no sea físicamente.

Los machos resienten salvajemente que las mujeres valientes y libres impugnemos sus zonas de control y dominio. Cuando eso sucede, entonces, viene la violencia y se da en muchas formas: represalias, asesinato de reputaciones mediante chismes sobre la vida personal, la invisibilización de la que denuncia, el ninguneo burdo sobre la persona y el problema, y ese desespero desmedido por acallar la voz de la mujer que se atreve a plantear lo que está mal. A la larga, el gran “pecado” que comete una ante el patriarcado es atreverse a combatirlo.

Yo lo vivo hoy como sindicalista y feminista, y doy fe que esas violencias son muchas y de todo tipo y los macharranes, y sus aliados, no escatiman en usar todo lo que tienen a su mano para aplastarnos. Es tanto el afán de dominio y el deseo de violencia que, en muchos escenarios, hasta utilizan voces de otras mujeres aterradas por su conducta para tratar de sacarnos del medio.

Me considero una mujer valiente y firme en mis convicciones políticas. Igual, me considero una mujer capaz, no solo de pensar lo que sucede en nuestras realidades cotidianas, sino de repensarlas como ejercicio de honestidad intelectual que nutre el fortalecimiento de mis ideales por una mejor sociedad para todas y todos.

Mi patrono ha ejercido violencias machistas contra mí. El acto no solo es terrible mirado en sí mismo, sino que se torna mucho más cuando damos cuenta que esas violencias machistas se dan en un espacio institucional en el que jamás una espera que suceda. Pero parte vital de ese pensar y repensar que nutre, es precisamente comprender esa realidad como una nefasta posibilidad y, desde ahí, posicionarme para trabajar por los cambios que entiendo urgentes.

Lo que vivo hoy como mujer sindicalista, feminista y parte de un movimiento político. El escenario que vivo es de conocimiento de bastantes personas de mi entorno laboral, de mi círculo de trabajo político y, desde luego, de mi corilla feminista. En todos esos espacios, he recibido la solidaridad inmediata. Por otro lado, y como era previsible, dentro del contexto patriarcal que nos ahoga he recibido silencio, rechazo y hasta burlas constantes y públicas de otras personas que, desde sus privilegios y agendas, no pueden empatizar en lo mínimo con lo que me está pasando a mí y a otras compañeras. No me sorprende para nada que los más reacios a solidarizarse, o siquiera escuchar lo que planteo, sean hombres. En su mayoría, los que ocupan altos puestos de “liderato” en los espacios en donde trabajo.

Hay una realidad que debemos asumir como constante: los macharranes siempre serán macharranes, aunque aparenten lo contrario, aunque hablen muy bonito en ciertos foros, aunque marchen junto a nosotras para mostrar su “solidaridad”, y aunque pongan a otras mujeres a darle una lavadita de cara para que luzcan de lo más inocentes. Si hay algo que distingue la macharranería vulgar y violenta es que asume a las mujeres como tontas y que nos tragamos cualquier invento sacado de la manga en último minuto.

Hay mucho que cambiar, pero cambiarlo de verdad y con toda la honestidad y el desprendimiento que eso supone. Yo reconfirmo mi compromiso con la lucha de las mujeres desde todos los espacios que ocupo. Eso sí, sepan los macharranes que se hacen llamar “compañeros”, que con mi silencio y docilidad no cuentan. Estoy consciente de lo que me atengo al asumir esta postura, pero igual digo que conmigo no cuentan y estoy segurísima que con mi corilla tampoco. Ni un paso atrás.