(Aviso de contenido sensible: Uso de palabras consideradas discriminatorias. Recuento de historias de bullying).
¡Cuac! ¡Por ahí, viene el PATO!”, era una de las cosas que escuché demasiado en mi infancia.
Qué difícil fue escuchar durante mi niñez que me comparasen a un ave plumífera que se la pasa mucho tiempo en el agua. “¿Qué tienen que ver los patos conmigo?”, me preguntaba constantemente. No fue hasta que, en la intermedia, aprendí que el peso que cargaba esa palabra era mucho más que el de compararme con un animal. No fue hasta que llegué a la escuela intermedia que realmente entendí que el llamarme pato era una manera en que les compañeres de la escuela me feminizaban e inferiorizaban.