Pocas veces, pensamos la literatura como un espacio incómodo, aun cuando el acto de la escritura creativa tiene todo de culpable y nada de inocente. Los autores y autoras saben a quiénes le escriben y para qué. Algunos buscan entretener, otros incomodar, todos representar porque eso es la literatura: una representación. Yo digo que para escribir hay que incomodar. Eso lo aprendí de Marta Sanz, quien siempre que le cuestionan lo político de su obra literaria afirma con una fresca claridad:
“Todos los libros por el hecho de serlo están adaptando un tipo de discurso e ideología y, aunque no quieras, intervienes en lo real y te estás comprometiendo con cosas […] Hablar de las rosas en una época de hambre, de huérfanos y de exilio, también es una manera de comprometerse de una manera deshonesta y con esa supuesta neutralidad que valida el sistema. La literatura debe tener un papel de intervención en la sociedad”.