(Imagen por la autora)
Recuerdo que de adolescente me llamaba la atención una película sobre una princesa cuya maldición era que no podía desobedecer ni una sola orden. Cuanto más intentaba ser ella misma, más difícil se le hacía deshacerse del hechizo. Al final, escapa de su atadura y se casa, felizmente, con un príncipe. Parecería un intento de reflexión sobre la autonomía de la mujer, pero termina siendo una historia más sobre alcanzar la felicidad con una pareja.
Gracias a Dios, yo no soy ella, pero, de alguna forma, puedo entenderla. La sociedad nos quiere princesas, nos quiere obedientes y, al final, nos quiere dependientes.